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Difusión de libros de autores de la zona en nuestra Bp Juan Bautista Alberdi


Difusión de libros de autores de la zona en nuestra Bp Juan Bautista Alberdi

El boliche de Impini. Memorias de Jorge Impini (2021). Amadeo Nicolás Darchez editor.

Convido al lector con un mate para dar inicio a la rueda de recuerdos que trae el Boliche de Impini.

Alguien debía arrimar el taburete a la puerta y dejar en letras de molde ‒eso que solemos llamar para la posteridad‒ el recuerdo y las certezas que nos unen en un sentimiento de presente para resguardar la memoria.

Es Jorge Impini quien, en primera persona, nos envuelve en el clima de época que marcó este boliche para los que vivieron en el pago de Ta-litas, aquí, monte adentro, predecesor ‒casi‒ de lo que después sería Larroque.

Nada mejor, entonces, para el lector que hoy abre la puerta a un tiempo en el tiempo, que la retentiva compartida por los tapes habitués del Boliche, del fogón siempre encendido que reunió todo el acontecer y el ser de un tipo de vida que, de otro modo, inevitable, se perdería.

Es oportuno mencionar las memorias como género narrativo legendario y popular, en sus múltiples variantes, entendida, en lo esencial, como el modo de recobrar lo vivido y plasmarlo en palabras, casi como abrir el arcón del pasado, sacudirlo y recuperarlo para el presente.

La memoria es como un río, y en esa corriente que emerge, el remanso arrastra, invariablemente, las emociones que remozan los recuerdos para darles una nueva vida en el tiempo que compartimos. En ese movimiento, las memorias pueden ser imperfectas, incompletas, minuciosas, rigurosas, como también diversas en sus formas, ya sea a modo de diario, de esquela o de pinceladas. Todas poseen la peculiaridad de dialogar con el lector, hacerlo cómplice y partícipe necesario. Existe alguien que quiere contar y del otro lado se encuentra quien está deseoso de escuchar, o en este caso, de leer.

Jorge Impini elige el andar siempre llano de quien aquí vivió y creció junto a su familia, de las costumbres que merodean la década de 1970 de la vida de campo, con sus riquezas, sus proezas y, también ‒no debe dejar de decirse‒, con el modo único de habitar dentro de los márgenes. El campo circunscribe, por sí mismo, una zona de pureza y naturaleza, cruda pero también idílica, de un momento en el que la vida no necesitaba puesta en escena, porque el paisaje se lo llevaba todo por delante.

Es así como el autor de estas memorias recorre su infancia, la vida es-colar, las señoritas maestras, los amigos, la unión familiar, las estancias, las comidas, la fraternidad, el paisanaje, los tintes criollos, los pasatiempos, el aroma y el sabor, que se apoderan del lector y lo llevan a atar el pingo al palenque y terminar la copa ‒muchas veces muy tarde en la no-che o al clarear la madrugada‒.

La experiencia estética que implica recorrer el Boliche o La Sonámbula juega un doble rol para el lector o el visitante. En ella se cierne un movimiento de compenetración en el que ambas partes están dispuestas a integrarse en forma orgánica con el paisaje o vicisitudes, tanto por el pasado que conocemos por la historia o por los relatos que nos llegan desde lejos, como por el encuentro no fortuito, sino esperado, de llegar, visitar y recorrer algo que ya creemos conocer de antemano.

Victoria Ocampo decía que cuando viajaba trataba antes de leer todo lo posible sobre el sitio a conocer, de modo que, cuando al fin pudiera concretarlo, la visita resultara una constatación con nuestros sueños y pensamientos, una comprobación y autoafirmación de que ahí estaba lo que esperaba encontrar. Con el Boliche nos ocurre algo parecido. Hemos escuchado muchas anécdotas de familiares o de amigos, de los que aquí vivieron, de quienes recibieron la herencia y de quienes, también, nos acercan las noticias de boliches de pueblos perdidos en la inmensidad de nuestro campo argentino. Aquí la historia se vuelve personal, con nom-bre, apellido y fama, en el recorrido que uno de sus protagonistas vindica desde sus cimientos. Es entonces cuando quienes leemos, escuchamos o visitamos este lugar, entramos a formar parte también de él.

En ronda de galpón, el autor pone delante de nuestros ojos las rayas de una libreta, como paráfrasis de Martín Fierro, que retratan a cada paisano, amigo, casual o entenado que, por esas cosas de la vida, pasó sus días en el boliche, mientras abre a cada paso tipos históricos y literarios ‒como la vida de los linyeras, frecuentes en ese momento, casi inexistentes para el hoy‒.

Las mujeres hilan, tejen y traman la lana que abriga, mientras los hijos crecen y fundan familias. Memorar conlleva evocar los pasos perdidos, convocar a las musas, ubicar las tradiciones alrededor de las leyendas del pago y hacer de la historia un hilo firme que nos sostiene a lo querido.

Las memorias, aunque personales de Jorge Impini, se vuelven colectivas, porque resuenan en cada apellido de familia que aparece mencionado, o porque el río y los arroyos que bordean nos pertenecen también a todos aquellos que, por alguna curva del destino, tenemos un recuerdo en Talitas, en El Corralito o en el Boliche de Impini.

El momento histórico en el que estas memorias han sido escritas deja también una marca indeleble que se relaciona con el eterno volver, con un retorno al invierno, con esos amores que han pasado y nos pertenecen para siempre y que, si fueron ciertos, invariables, regresan.

Vivir es obstinarse en cumplir un recuerdo escribe David Foenkinos. El tiempo pinta las canas, añeja el vino, oscurece los muros, aunque la naturaleza que obró raíces asoma en las grietas también, para parafrasear a Borges.

Pase entonces amigo, sírvase la copa, la galleta y el asado o el mate en el galpón. Acomódese en el banco, porque aquí principia la función.

Daniela Churruarín

Palabras preliminares a la edición

Secretaria

Biblioteca Popular Juan Bautista Alberdi

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